En su arranque de sed, el vampiro me
había mordido profundamente esa noche, sin saber que yo no había probado mi
copa, evidentemente narcotizada. Al despertarme vi ,plenamente revelada por la
luna de medianoche, una cabellera negra fluyendo libremente, y unos labios
rojos incrustados en mi brazo. Con un grito de horror la arranqué de mi piel,
consiguiendo una última mirada de los ojos de su salvaje y brillante rostro
blanco y sus labios manchados de sangre. Luego corrí hacia la noche, movido por
el miedo y el odio. No me detuve hasta haber dejado muchas millas entre mi y
esa casa maldita.
Hume Nesbit (1849-1923)
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