Aquí hizo tronar un acorde agónico y
extraño, luego continuó tocando suavemente.
–¡Oh, Gabriel, mi amado! –susurró
casi para sí–. Mi vida, sí, vida. ¡Oh! ¿Por qué vida? Estoy seguro de que no es
mucho lo que pido de ti. Seguramente, su sobreabundancia de vida puede
complacer un poco a quien ya está muerto. No, detente, no que debe ser, ¡debe
ser!
No hay comentarios:
Publicar un comentario